viernes, 11 de mayo de 2007

Una civilización degenerada crea bárbaros

La nueva barbarie se basa en el ataque a las jerarquías, la sabiduría, la filosofía y la religión

La revista Alfa y Omega reproduce por su interés, y por gentileza de la Fundación Iberdrola, que lo edita, este fragmento de El crepúsculo de Europa I. El espíritu de la cultura europea, de Ignacio Sánchez Cámara. El segundo volumen sobre la decadencia europea, La barbarie interior, ampliará el análisis del problema que el autor describe en este texto.

Hubo un tiempo en el que los bárbaros acechaban, más allá de sus fronteras, a la civilización. Hoy, no es preciso aguardar su invasión, pues llevamos algún tiempo dedicados a forjarlos entre nosotros. Como todo buen bárbaro, éste que hemos cultivado aborrece toda jerarquía y adora la igualación universal. Si alguien no fuera bárbaro, ¿cómo soportaría él seguir siéndolo? El nuevo bárbaro es un hombre adánico, simpático en su primitivismo, que carece de pasado. Posee, a veces, la gracia y la inocencia del niño; también su ignorancia y su peligro. No sabe andar, ni soporta que alguien le enseñe. Como pretende estrenar humanidad, no puede soportar a los antepasados. Siente la atroz amenaza del pasado que testimonia en contra de su pretensión. Tiene, como el delincuente cuidadoso, que borrar las huellas. Todo sabio precursor es un delator. Para abolir el magisterio, lo mejor es suprimir a los maestros. Si alguien tiene algo que enseñar, proclama la vasta ignorancia del bárbaro. El sabio es reo del más nefando pecado antiigualitario. De ahí la oposición del bárbaro a todo clasicismo y, sobre todo, hacia el más eminente, hacia Grecia y Roma. Abolir los estudios clásicos es borrar las huellas y eliminar el sentimiento de culpa, el pecado cultural original. Nada, pues, de griego ni de latín.
Es preciso extirpar la memoria. La Historia, como maestra que es, debe ser destruida. No hacerlo es condenarse a la insoportable condición de epígono, a asumir esa insoportable responsabilidad. Si algo, en un tiempo pasado, hubiera merecido la pena, el bárbaro habría estado allí. De entre los libros antiguos, los más peligrosos son los que contienen mayores dosis de sabiduría. Nada aborrece tanto el bárbaro como la filosofía; nada ama tanto como su adulteración y sus sucedáneos. La excelencia es infamia. Queda suprimida toda palabra esencial, la que revela la presencia del espíritu. El lenguaje del bárbaro debe quedar degradado hasta casi ingresar en la pura animalidad, hasta revestir la condición de mero balbuceo apenas inteligible. El arte se convierte en pura expresión arbitraria, sin norma ni canon, y la vanguardia en coartada. La moral deviene esclava de la inclinación; y la ciencia, de la técnica. La religión es repudiada, pues lo más elevado, lo sagrado, es lo más insoportable para él. Así, desembarazado del ominoso peso de la sabiduría, al bárbaro sólo le interesa su circunstancia inmediata y aquello que facilita el placer de su existencia mediocre y la satisfacción de sus pobres pulsiones pasajeras: el entorno, el juego, la técnica, la salud y un poco de efímera diversión. Lo demás es, para él, tedio o pedantería. Suprimida la grandeza, la educación resulta abolida.
La civilización sólo muere a manos de la barbarie. Poco importa que, como antes, los bárbaros acechen más allá de las fronteras, o que, como ahora, sean el producto doméstico de la propia civilización degenerada.

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