jueves, 30 de julio de 2009

Estoy de vacaciones

Así es, me voy unos días a descansar, cambiando el trabajo diario por otras actividades también productivas, pero más relajadas (lectura, deporte, conversación, contemplación...).


Nos vemos en la última semana de agosto. Descansad vosotros también, que lo tenéis merecido.

martes, 28 de julio de 2009

Los Guardianes de la Nueva Tiranía

Todas las tiranías se caracterizan por el florecimiento de una red de comités para-oficiales, encargados de vigilar por barrios, comunidades, asociaciones, etc. que los ciudadanos muestran la afección y el entusiasmo suficiente por sus dogmas y principios regeneradores del Hombre Nuevo.

El grado de implantación de una tiranía puede medirse en función del espesor de esta red de delación y buen-pensamiento, y por el nivel de penetración en la vida y las conciencias de los ciudadanos, husmeando en los hogares, las lecturas, los gestos, las dietas y hasta el comportamiento en el tálamo.

A esta red pertenece, por ejemplo, Andalucía Laica-Granada Laica, guardiana de la corrección política laicista, con el agravante de que se trata de una organización voluntaria, de celotes del laicismo más rancio y ultramontano, animados del más ferviente entusiasmo proselitista, de la que no debe esperarse ni siquiera la desidia y el enmarañamiento en que se pierde muchas veces la maquinaria administrativa.

No satisfechos con cribar calles, instituciones, tradiciones, escuelas y vicios del común, ni con espiar a través de los ojos de las cerraduras, armados con el celo del converso, se han lanzado a la caza de disidencias en el mundo virtual, y a denunciar con aires indignados y pomposos cualquier cosa que no huela al jabón y el desinfectante del laicismo más esterilizado.

Ahora apuntan al bolsillo y a la conciencia; dentro de poco apuntarán a la barriga: lo veremos. O nos enfrentamos ya con esta nueva Joven Guardia Roja del Pensamiento Políticamente Correcto, o mañana será tarde, y librarnos de ellos será muy doloroso, y quizá eso si que no lo veamos nosotros.

domingo, 26 de julio de 2009

La última escapada

Esta mañana, junto a la piscina, he acabado de leer la última novela del canadiense Michael D. O'Brien, el autor de El Padre Elías, titulada La última escapada; una auténtica profecía que, diez años después de su publicación en Estados Unidos, es ya una dolorosa realidad: la Nueva Tiranía.

La Nueva Tiranía de lo políticamente correcto se va imponiendo sin notarse, después de anestesiar a las sociedades opulentas y democráticas, con una faz de bondad y razonabilidad que convierte a todo resistente en un anti social, un peligro, un fundamentalista, un enfermo.

La novela sirve para hacer pensar a aquellos que aún no están del todo devorados por el nuevo Mundo Feliz, y para comprometer en la lucha a cuantos, como yo, nos resistimos como el protagonista, Nathaniel Delaney, quien, cuando el Estado llamó a su puerta para educar a sus hijos, tomó una decisión: huir para ser libre.

No encuentro mejor definición de lo que está pasando y de lo que relata La última escapada, que la cita del Lilith de George MacDonald que el propio O'Brien ha elegido como pórtico:
Nos asustamos al verlo, pero no salimos corriendo sino que nos quedamos mirándolo. Corrió hacia nosotros como si nos fuera a atropellar. Pero antes de alcanzarnos comenzó a extenderse más y más, a crecer más y más, hasta que finalmente era tan grande que lo perdimos de vista, y es que estaba del todo ya sobre nosotros.

jueves, 16 de julio de 2009

Proyecto de Ley de Libertad Religiosa

SE DESVELAN LAS PAUTAS DE LA NUEVA LEY DE LIBERTAD RELIGIOSA

El Gobierno pretende limitar la objeción de conciencia al socaire de la ley de Libertad Religiosa, según confiesa el propio ministro de Justicia

Análisis Digital. Redacción - 14/07/2009

El ministro de Justicia, Francisco Caamaño, ha señalado ya las pautas por las cuales se está elaborando la nueva ley de Libertad Religiosa y que bien pueden sintetizarse en esta frase del ministro: “La libertad de conciencia no puede ser una excusa permanente para desobedecer la ley”. Esto declaró ayer Caamaño en El Escorial durante la apertura del curso “La pluralidad religiosa en la sociedad española contemporánea. Cuestiones a debate”, organizada por la “Fundación Pluralismo y Convivencia” que preside el propio ministro, en el marco del debate sobre la nueva Ley Orgánica de Libertad Religiosa, de la que únicamente se conocen determinados rasgos.

¿Qué quiere decir estos? Simple y llanamente que, de ser aprobado este proyecto en las Cortes, se impondrá el cumplimiento de cualquier ley, incluida la del aborto, por encima de la conciencia de la persona, en este caso de los médicos y sanitarios que, en principio, estarán obligados a intervenir a una embarazada que pretenda abortar sin atender a su libertad de conciencia. Aclaremos que la Fundación presidida por el ministro fue constituida hace cuatro años por el sindicato FETE-UGT por lo que es evidente su tendencia ideológica laicista.

A la vista de una declaración de tan tanta trascendencia, hecha por parte de uno de los responsables de la futura ley, el presidente del Observatorio de Libertad Religiosa y de Conciencia, Marcial Cuquerella, ha exigido al ministro de Jsticia que especifique cuáles son esos casos en los que la libertad de conciencia no es “excusa”, si hablamos de objeción médica o farmacéutica o de los padres en lo tocante a la educación de los hijos... “En cualquier caso, no especificar –añadió Cuquerella-, supone echar gasolina al fuego de la incertidumbre ciudadana, muy preocupada por la nueva ley”.

En segundo lugar, el presidente de la OLRC añadió que constituye una irresponsabilidad por parte del señor Caamaño el transmitir a la ciudadanía que la conciencia es una excusa. “La conciencia es la exigencia más íntima y personal sobre los límites a los que una persona puede someter sus actos, y nadie puede obligar a un semejante a obrar contra su propia conciencia”, añadió.

Por último, Cuquerella ha instado al ministro de Justicia a obrar, trabajar y legislar a favor de la libertad de los ciudadanos, y lo ha animado a que no tenga miedo de las consecuencias que el libre ejercicio de esta libertad pueda traer. Para ello, y aprovechando la afirmación del ministro, este Observatorio se ha vuelto a poner a disposición del ministro para alcanzar ese consenso al que pretende aspirar.

domingo, 12 de julio de 2009

La democracia hipertrofiada

Por Javier Redondo, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Carlos III de Madrid, en El Mundo, 9 de julio de 2009

Argumenta Ignatieff que al tratar de convertir por inercia demandas en derechos corremos el riesgo de debilitar los ya existentes y, sobre todo, los fundamentales. La razón es sencilla: lo menos se equipara con lo más; lo accesorio se iguala a lo prioritario. Algo similar, aunque en otro plano, ocurre con la democracia. Recurrir al verbo democratizar para referirse a todo buen propósito, por difuso y etéreo que sea, y al adjetivo democrático como cualidad adhesiva a cualquier sustantivo que se precie, oscurece el verdadero significado de la democracia y la vacía de contenido.

El afán por democratizarlo todo pervierte la esencia de la democracia, provoca una mutación semántica y la consecuente pérdida de perspectiva respecto delo que es y significa en las sociedades libres. La democracia se torna a la postre en un fin en sí mismo, intangible e inabarcable mientras corremos el riesgo de ningunear o erosionar los medios e instrumentos que permiten garantizar la verdadera naturaleza de las sociedades abiertas y plurales: la libertad de los individuos y la solidez de las instituciones sujetas a Derecho, sobre cuyas espaldas descansan las democracias. Muchas de estas instituciones son democráticas por el mero hecho de estar bajo el imperio de la ley, independientemente de criterios relativos a su composición o funcionamiento. ¿No sería una extravagancia democratizar el acceso a las Reales Academias o las oposiciones para la Administración?

En este sentido, en los últimos meses la prensa ha recogido afirmaciones de este tipo:
«Hay que democratizar la energía»; «Hay que democratizar la educación»; «Hay que democratizar el conocimiento»; «Hay que democratizar el lenguaje»; «Hay que democratizar el periodismo»; «Hay que democratizar la justicia»; «Hay que democratizar el fútbol»; «Hay que democratizar las herramientas de trabajo» y, atentos; se han de «democratizar los sentimientos». A pesar de que todos estos buenos deseos hayan sido expresados por profesionales muy competentes, convendrán conmigo en que cuando no se incurre en el absurdo la fórmula se resiente por el abuso. Tanto se manosea la palabra democracia que su valor se ha depreciado, lo cual nos sitúa ante una singular paradoja: la democracia se devalúa por deificación.

Por otra parte, aunque no esté muy claro el objetivo último de algunos de estos empeños democratizadores, dichas expresiones se vuelven irrebatibles, a pesar de su ambigüedad, simplemente porque se han construido bajo la rúbrica divinizada, lo que les otorga una aparente pero en el fondo débil consistencia. Como se trata de democratizar, no cabe discusión. De tal modo que el frenesí democratizador reduce el espacio para la confrontación de ideas y amplía el horizonte inquisitorio de la corrección política. Apelar a la necesidad de democratizar no sólo denota un gusto pertinaz por el adorno, constituye un recurso muy útil para la vacuidad e imposición ya que fagocita el discurso en sentido contrario. Es fácil defender un argumento utilizando el prestigioso comodín de la democracia, pero resulta complejo rebatirlo sin enfrentarse a un pelotón de biempensantes.

En suma, el aparentemente inofensivo manoseo de la palabra democracia contribuye a revisar las reglas del juego. El collage resultante acaba por distraemos y socavar los principios asociados a los regímenes pluralistas y competitivos. En la mayoría de los contextos citados ha de entenderse que democratizar es sinónimo de aproximar. Hasta aquí, nada que objetar, al margen de lo alambicado de algunas de las propuestas mencionadas.

Pero democratizar significa también ampliar el ámbito de decisión y, en consecuencia, hacer partícipes, en igualdad de condiciones, a todos los ciudadanos qué se crean afectados por ella. No podemos pasar por alto que, en última instancia, democratizar implica diluir las jerarquías porque la bondad o idoneidad de una decisión no estaría basada en el juicio competente, riguroso o técnico, en el mérito o en la capacidad de quien lo emite, sino en la mera suma de voluntades.

Siguiendo este razonamiento, el fervor democratizador pone el acento en el lado más perverso de la igualdad, derivando en la tiranía provisional y circunstancial de la mayoría y eliminándola validez de la decisión basada en el conocimiento. En definitiva, democratizar es igualmente relativizar y, por descontado, ideologizar, ya que de alguna forma hay que instruir la voluntad de las que deciden desde la inopia: Por eso, sólo hay una manera de poner a salvo las democracias del funambulismo conceptual: asumir que tienen una dimensión horizontal que las legitima y una dimensión vertical que las protege...

viernes, 10 de julio de 2009

Michael Jackson y la autoconstrucción

Una muerte anunciada. Se sientan unos precedentes y se siguen los consecuentes, casi como un teorema matemático. Era un modelo de transgresión, de independencia y de absoluta falta de control. Era, dentro de la música pop, un "number one".

Por ARMANDO SEGURA, CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA, en IDEAL, el 9 de julio de 2009

De grafiti
En estos días los partidarios del arco iris están de fiesta y esta coincidencia, permite también considerar el gran tema de la construcción de la propia vida que, de algún modo, en la especie humana siempre es autoconstrucción o no es nada.

Comprendo que la gente "sensata" y "normal" pase de estos temas e incluso los huya. Sin embargo, vale la pena que en estos días, de muerte y autodestrucción, planteemos lo que significa el trabajo de la propia autoconstrucción.

Todos tenemos, probablemente en el cerebro, unas cuantas tribus de demonios que pugnan por salir y abrir las ventanas y saltar a la calle. Son nuestras raíces genéticas. En la juventud se suele pensar que ese deseo irracional de infinito que tan bien supieron expresar los románticos, son «nuestra identidad». Somos lo que sentimos y las normas sociales convencionales, aparecen como «lo que se nos impone».

Si somos lo que sentimos y se nos impone lo que no sentimos, la reacción elemental, es en primer lugar, denunciar la hipocresía de la sociedad cuyos componentes, imponen a los demás, unas reglas de conducta que ellos mismos «no sienten». Desde Rousseau y Sade, se ha resaltado esa hipocresía social, la defensa del corazón y del instinto salvaje. Otras formas posteriores de lo mismo, son la voluntad de poder, la crítica al asno o a la oveja, modelos cristianos, según unos u otros cánones de referencia.

Una forma más elaborada intelectualmente, ha sido propuesta por Heidegger: La libertad de escogerse a sí mismo.

El arte, el arcoiris, la transgresión y la autodestrucción, han ido de la mano y se nos ofrecen estos días en la pasarela por la que desfilan los titulares de periódicos y telediarios. Bien, veamos.

El mono más sabio, como el pez más inteligente, tienen una capacidad craneal de 500 cc, es decir, la tercera parte de la que tiene el ser humano. Estos detalles no son decorativos o estéticos sino determinantes del sentir y del comprender. El programa genético de estos amables animales está muy determinado y apenas deja márgenes de indeterminación. No son robots porque son sistemas biológicos. Si tienen hambre, comen, si tienen sueño, duermen y si ven una hembra, se aparean. Por hacer «lo que les sale de dentro», ninguno de ellos se vuelve loco. Están hechos, fundamentalmente su código y su estructura cerebral, para esa función. Al "funcionar", según lo programado, son felices y sabemos que lo son porque eso es algo que se ve en la cara de los animales y también de las personas.

Los hombres y las mujeres, cada uno y una en su caso, tiene un cerebro mucho más complejo, con mayor número de neuronas y con un sistema de transmisión de señales eléctricas con mayor número y calidad de dendritas y de sinapsis, o sea, de contactos entre neuronas. Las áreas asociativas del cerebro están muy desarrolladas y se agolpan en la zona occipital. El resultado es bien sencillo: Los seres humanos estamos hechos, no para responder inmediatamente al estímulo del medio o para vivir siguiendo fielmente la pulsión instintiva sino «para que nos lo pensemos antes de actuar». Somos así ¡qué le vamos a hacer!. No vamos a culpar a nadie de que seamos tan inteligentes.

A cuentas de todo esto, un ser humano no tiene el futuro predeterminado: «yo soy así, no tengo remedio», no tenemos genéticamente "espíritu de gafe" sino que toda nuestra estructura biológica está hecha para hacer posible que construyamos una historia, un argumento, nuestra vida. La especie humana no tiene el futuro hecho sino que tiene que producirlo.

Puede observarse que los animales se repiten siguiendo su metabolismo, los ciclos biológicos y los ritmos que les marcan las estaciones del año, el cambio noche-día y los procesos naturales de crecimiento y envejecimiento. Ninguna especie animal tiene historia, porque es incapaz de cambio, de rectificación, de proyecto y de autoconstrucción. La razón de todo esto no nos la dan los predicadores o los visionarios sino la neurociencia y el sentido común que de ella se deriva.

Tenéis razón, cada uno debe elegir su propia identidad, pero eso en ningún caso es seguir las pulsiones del instinto, las tradiciones biológicas, el pasado de nuestra especie que presiona.

Estar hechos para pensar significa que todos los datos que nos proporciona la biología (y la sociedad) son "materiales" a tener en cuenta en nuestro proyecto personal. Tendremos que plantearnos lo que queremos ser, pero decidamos lo que sea, siempre será, dicho en términos fáciles, un levantar la vertical por encima de la horizontal.

No es complicado entender que la biología tira a lo fácil y que lo fácil es lo cómodo, lo que no cuesta trabajo. Lo que cuesta es levantarse, izar el camino de la vertical. La diferencia entre hombre y animal es ésta: el animal sestea, el hombre trabaja. Ese trabajo debe ser lo más creativo posible lo que significa lo más innovador, lo más inteligente. El coste ineludible de la libertad está bien claro: pensar y trabajar. En esas coordenadas los instintos, los sentimientos y las imágenes se reestructuran al servicio del propio proyecto y de la propia historia. El pasado humano tiene la función de hacer futuro.

Es entonces que el hombre se siente feliz porque está desempeñando, más o menos bien, aquello para lo que está hecho. En cuanto siente nostalgia de la selva o de la pradera, en cuanto se levanta de la siesta, tiene que acallar dentro de sí, un vacío infinito. Y lo acalla con todo lo que ayuda a dormir. También precisa, pues, al fin y al cabo es racional, legitimar su opción argumentando que es auténtico, que ha hecho la opción fundamental por lo que siente. Es decir que teniendo 1500 cc. de capacidad craneal, opta por conformarse con 500 cc. La diferencia entre ambas capacidades define las dimensiones del vacío interior resultante.

La conciencia y el poder

El bien común no es lo que la ley diga del bien común, ni lo que diga la ONU, ni lo que diga la Iglesia. El bien común es anterior a las leyes

Por ARMANDO SEGURA, CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA, en Ideal, el 6 de julio de 2009

De grafiti
La conciencia privada es la que paga impuestos, la que vota, la que expresa su opinión, la que obedece a la ley y la que la incumple. La conciencia privada es la que, por deber de conciencia, respeta la Constitución. Sin esa conciencia privada, las leyes, los impuestos, los contratos y los matrimonios, serían leyes sin conciencia, contratos sin conciencia y matrimonios sin conciencia.

El bien común no es lo que la ley diga del bien común, ni lo que diga la ONU, ni lo que diga la Iglesia. El bien común es anterior a las leyes (y por eso, éstas buscan el bien común) ¿En qué consiste el bien común?

La vida de todos y de cada uno, es el bien común evidentemente. No es posible legislar contra la vida porque si se legisla así, se legisla contra el bien común. Los seres humanos además de estómago e hígado, tenemos conciencia y ésta es una función vital.

Quien legisla contra la conciencia, legisla contra el bien común.

Spinoza defendía la idea de que la conciencia privada es libre de pensar lo que quiera pero todo lo que se manifiesta fuera de la conciencia, depende de la ley que vota la mayoría en las Asambleas. Afirma, expresamente, que lo justo y bueno lo decide la mayoría en el parlamento. Se entiende, entonces, aquella sentencia de un ministro de derechas que se hizo célebre: «¡La calle es mía!» Estas tesis del siglo XVII y que son, incluso, anteriores a la Ilustración, las mantiene el Gobierno en la cuestión de la ley del aborto y en toda la restante legislación.

Sabemos bien lo que es un partido político y cómo, casi sin excepción, todos los diputados votan lo que dice el jefe de fila y en último término el jefe del Gobierno. A eso se reduce su libertad de conciencia. Las leyes, pues, son la voluntad del jefe de Gobierno, exclusivamente. Los demás muestran su aquiescencia.

¿Cómo admitir que el bien común es lo que diga la Ley? ¿Cómo olvidar que el Tribunal Supremo y no digamos, el Constitucional, nunca contradicen, en materia política al Gobierno?

La buena marcha de la economía, la eficiencia del sistema educativo, la seguridad pública, los derechos de los trabajadores, el empleo, son absolutamente anteriores a las leyes.

¿Cómo nadie sensato puede afirmar que el empleo es «el que digan las leyes»?

¿Cómo cabe pensar que mi salud y la de los demás, es lo que diga un Ministro o un Parlamento?

¿Cómo se atreve nadie a decir que la educación de mis hijos y lo que está bien o mal, justo o injusto, depende de lo que diga un jefe de fila en el Congreso?

Además de estas razones, tenemos las leyes comunitarias y las Declaraciones de las Naciones Unidas, a las que el Estado español se ha comprometido a cumplir. Ellas hablan explícitamente, del derecho de todos a la vida, del derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos, su ideología, la protección de la familia, "célula esencial de la sociedad", de la libertad de conciencia y su manifestación pública, de la objeción de conciencia y un largo etc. ¿Por qué, entonces, en asuntos puntuales se reclama el cumplimiento de la legalidad internacional y en cuestiones esenciales de vida o muerte, se está «a lo que decida el jefe de Gobierno»?

Cuando la conciencia de los ciudadanos es declarada irrelevante, se está proponiendo que los Gobiernos obren sin conciencia, las leyes no tengan conciencia y por lo tanto, las dictaminen sin conciencia alguna.

La consecuencia social es la sensación colectiva de que todo vale, de que «gente con estudios» defiende eso, será que son buenas personas y desean nuestro bien.

Todo vale porque es la ley la que dice que todo vale.

Ésta y no otra, es la razón de una cadena de fracasos vitales: del incremento de suicidios en la juventud española (superior a la muerte en accidentes de tráfico), puesto que, no hay límites, no hay referente, no vale la pena vivir.

También, del incremento de abortos, de la inseguridad pública, del fracaso escolar, de la desestructuración de las familias y de la ridiculización de lo religioso. Si todo vale, nada tiene ningún valor.

¿Qué más da verdugo que víctima, muerto que vivo, estúpido que sabio? Si todo vale, la inseguridad es total ¿Por qué me debo fiar de nadie? No tengo motivos porque la conciencia privada se ha declarado irrelevante. Cuando la conciencia privada es declarada irrelevante sólo es pertinente la alimentación, el estómago y la televisión. Nadie puede obrar en conciencia porque ya no queda.

¿Será posible que no caigan en la cuenta de que están deshaciendo el tejido social? Hay quien piensa que sí.

Podemos pensar que la solución es bien sencilla: Devolver a la conciencia privada el lugar que no puede ocupar el Estado. Percatarse de que no es posible ser buen ciudadano si antes, no se es buena persona y que no se puede ser buena persona si es el Estado el que determina quien es y quien no es persona.

jueves, 9 de julio de 2009

Feminismo radical y cultura de la muerte

Acabo de leer La ideología invisible. El pensamiento de la nueva izquierda radical, de Jesús Trillo-Figueroa (Libros Libres 2005), que además de interesarme muchísimo y explicarme muchas cosas, me ha dejado verdaderamente aterrado ante el sesgo destructor de la ideología que subyace en la cultura hegemónica en Europa y en gran parte de la acción política, principalmente en España. Algunas citas sacadas de este ensayo:

Es necesario establecer una gran alianza entre feminismo y socialismo que abarque todas las áreas del pensamiento y de la acción política (María Teresa Fernández de la Vega, marzo de 2005).

El interés por la sexualidad es lo que diferencia al feminismo radical (). Para ser radicales no se trata sólo de ganar el espacio público (igualdad del trabajo, la educación o los derechos civiles y políticos), sino que también es necesario transformar el espacio privado(Nuria Varela, Feminismo para principiantes, 2005).

Una de las ideas más radicales del feminismo contemporáneo es su pretensión de que el espacio privado del hogar y la familia debe estar sujeto al escrutinio público (Mary Evans, Introducción al pensamiento feminista contemporáneo, 1997).

La discriminación que han sufrido tradicionalmente las mujeres en el mundo tiene múltiples manifestaciones, una de ellas es estrictamente lingüística (). En ello consiste el sexismo lingüístico, en el diverso tratamiento que, a través de la lengua, hacemos del individuo en función de los genitales con que ha nacido (María Ángeles Calero Fernández, Sexismo lingüístico, 1999).

La igualdad feminista radical significa () que las mujeres no tengan que dar a luz. La destrucción de la familia biológica que Freud jamás ha visualizado permitirá la emergencia de mujeres y hombres nuevos (Alison Jaegger, Political philosophies of womans liberation, 1977).

Pensamos que ninguna mujer debería tener esta opción. No debería autorizarse a ninguna mujer a quedarse en casa para cuidar a sus hijos. La sociedad debe ser totalmente diferente. Las mujeres no deberían tener esa opción (Christina Hoff Sommers, Who stole feminism?, 1994).

Una sociedad autónoma es una sociedad que se autoconstituye; los individuos autónomos son individuos que se autoconstituyen. () Este tipo de sociedad es la que se determina asimismo plenamente, sin un límite exterior, referencia o finalidad preconstituida (Zygmunt Bauman, En busca de la política, 1999).

Con el referente beauvorista (de Simone de Beauvoir) de fondo , algunos estudios determinan, de manera taxativa, que la madre no nace, se hace y que, por tanto, el amor maternal no es universal, como se pretende desde la retórica ilustrada, sino constituido por nuestro pasado histórico, nuestra sociedad y nuestra cultura (Helena Establier Pérez, La teoría de la maternidad en el contexto crítico español).

El feto es un invasor extraño que le roba a la mujer su individualidad frente al considerado por los médicos como una entidad sagrada para definir la identidad de la mujer. La lucha de esta mujer será por tanto la lucha entre los intereses de la especie y los de la mujer individual (Simone de Beauvoir, El segundo sexo, 1987).

sábado, 4 de julio de 2009

La nueva religión de los ateos

Por Felipe Fernández-Armesto, en El Mundo, 30 de junio de 2009

EL ATEÍSMO es un asunto perfectamente racional. En cambio, lo que carece de todo sentido es que el ateísmo se convierta en una especie de religión, hasta con sus propios ritos. Si el ateísmo es racional y la religión es superracional, el ateísmo religioso es subracional.

En la Europa de hoy, y especialmente en España, observamos las pautas de este nuevo evangelismo ateo, que se anuncia hasta en los autobuses, su creciente intolerancia hacia la libertad religiosa de los demás, y el ritualismo en formas tan variadas como la edición de misales laicos y la celebración, con solemnidades imitadas de las de la Iglesia, de bautismos y de bodas-brujerías que satirizan los sacramentos, recordando las misas negras de los resentidos del satanismo. Hay que respetar el ateísmo sincero, pero la religión atea es una ofensa tanto a creyentes como a ateos auténticos.

Entre las muestras más ridículas de la religiosidad atea están, desde mi punto de vista, las ceremonias de acogida civil a hijos recién nacidos -e incluso a los ya mayorcitos-,algo que me parece un insulto contra la dignidad de los niños. En España, una actriz y presentadora de televisión, conocida también por sus excelentes contribuciones a este periódico, acaba de protagonizar uno de estos ritos, llevando a su hijo pequeño ante el concejal madrileño Pedro Zerolo para que le leyese textos de la Convención Internacional de la Infancia y le declarase ciudadano.

Que un concejal tenga la caradura -incluso diría la insolencia- de proclamar ciudadano a quien ya lo es, me parece democráticamente inadmisible. Ni un concejal ni el Estado mismo tiene el derecho de nombrar a nadie ciudadano. Declarar en un caso concreto que un individuo ha logrado ese rango es una insensatez, ya que en una democracia moderna todos lo tenemos por el mero hecho de haber nacido. Para ser miembro de una Iglesia hace falta algo más: el reconocimiento de las obligaciones religiosas, la atestación de la comunidad, la santidad de los ritos tradicionales, etcétera. Ninguno de estos criterios es, ni puede ser, relevante en el caso de la sociedad civil.

Para padres que sean tan orgullosos que al tener un hijo quieran gritarlo al público, lo normal sería anunciarlo en el periódico. Y, si quieren celebrar la venida de ese niño al mundo, sería lógico que se limitaran a invitar a sus parientes y amigos a tomar unos aperitivos de un modo más o menos discreto. Y si lo que buscan son garantías del rango de ciudadano de su hijo, existe el registro civil de nacimientos. Pero recurrir a un burócrata y sufrir un discurso aburrido, banal e importuno del tipo que nos contó Cayetana Guillén-Cuervo que tuvo que aguantar de parte del señor Zerolo -«habló del derecho del niño a crecer feliz. Y de nuestro deber de educarle en el amor, el respeto, la igualdad, la libertad, la paz y una convivencia en armonía»- es, sencillamente, una extravagancia.

La idea de celebrar bautismos y bodas por parte del Estado nació en la Edad Moderna, coincidiendo con el periodo de gran lucha entre el Estado y la Iglesia para ejercer el poder supremo y soberano sobre la vida de todos los súbditos. Hasta entonces, el matrimonio era un arreglo de carácter privado, y los nacimientos eran momentos de alegría esencialmente personal. Ese Kulturkampf -combate cultural-, gracias a Dios, terminó con la victoria del Estado. A nadie se le ocurriría hoy en día, en una sociedad plural, que la Iglesia se ocupase de decir nada sobre quiénes se acuestan juntos ni de presenciar los momentos íntimos de quienes no sean creyentes. Por tanto, no existe ninguna razón -sino la de intentar ofender a los curas- para sustituir a ceremonias religiosas por ritos laicos.

Los revolucionarios franceses de los años 90 del siglo XVIII, quienes introdujeron los primeros rituales de casamiento y de acogimiento civil, no eran ateos, sino practicantes de la religión ilustrada del anticlericalismo y del Culto al Ser Supremo -una religión política que pretendía acabar con un clero independiente del Estado-. Por supuesto, a ellos les hacía falta un misal alternativo. Hoy por hoy, ni quedan adeptos al Culto al Ser Supremo, ni tienen los padres que someter a sus hijos a una farsa de ceremonia, ni hacer mofa de los sacramentos para distanciarse de la tradición religiosa.

Parece mentira que haya gente que desee que el Estado -que no tiene ningún valor moral- se involucre cada vez más en sus vidas íntimas. El gran logro de nuestras sociedades en los últimos 30 años ha sido que hemos podido escapar de los lazos del Estado. Hasta hemos conseguido imponer límites excesivos en su influencia o expulsarlo por completo de zonas de responsabilidad donde, francamente, necesitamos la intervención estatal, sobre todo, como ya reconocemos todos, en el arreglo de nuestras instituciones económicas.

Pero algunos parece que están especialmente contentos de la intervención del Estado en nuestras relaciones más profundas de amor y cariño, solicitándole licencias para compartir nuestras camas y vidas con otras personas, y ahora, cada vez más, pidiéndole que acoja oficialmente a los hijos que nazcan de tales uniones. Pues bien, no creo que mis relaciones con mi mujer se vuelvan más santos, ni más legítimos, ni más morales, ni más estimables por que se nos conceda un documentillo del Ayuntamiento. Ni pienso que mis hijos pertenecieran más profundamente a la sociedad civil, ni que su calidad de ciudadanos se viera afectada ni para bien ni para mal, por el hecho de haber conseguido la aprobación oficial de un concejal. Si no fuera católico, sería un ateo de veras y contemplaría con desdén y delicadeza todo ese trampantojo imitado de la momería religiosa.

Así que hay que buscar los motivos de esos ateos extravagantes, esos quijotes del ateísmo que se ponen armaduras anticuadas y se arremeten contra molinos de viento. ¿Se trata de un quijotismo puro o se fija una meta? ¿Qué gana esa gente recurriendo al Ayuntamiento con los hijos para que les oleen las palabras de un Zerolo?
Claro que el ateísmo tiene sus trampas lógicas, porque quien dice que no cree en Dios por pensar que es un concepto incoherente, comete el mismo error de falta de coherencia. Sería inútil insistir en que los ateos sean más razonables que los demás. Los derechos humanos incluyen el de hacer tonterías de vez en cuando. Seguramente, la gran mayoría de los que seguirán la moda en solicitar bautismos civiles lo harán tan inocentemente como irracionalmente. Así cometemos otras burradas, como comprar los libros de Dan Brown, escuchar la música de Paris Hilton, mostrar interés por las fotos pornográficas de Berlusconi o votar al PNV. Dejando aparte ese tipo de irracionalidad, sólo veo tres posibles motivos para solemnizar una ceremonia de acogimiento civil.

EL PRIMERO es el odio a la Iglesia o la exigencia de un fuerte anticlericalismo, que ha sido una tradición gloriosa en España, compartida por la mayoría de los católicos españoles y por no pocos santos. Si no hubiéramos mantenido una actitud de sospecha hacia la Iglesia institucional, es probable que hubiésemos caído en manos de una teocracia o lo que yo llamo la dictacura. Pero ya ha llegado la hora de tener piedad del sacerdocio y de perdonar a la Iglesia sus batacazos históricos. No existe a día de hoy ningún peligro de que la Iglesia vaya a ejercer excesivo poder. Al contrario, necesitamos más que nunca los servicios sociales y espirituales que nos prestan los curas y religiosas sin cobrar más que donativos voluntarios.

El segundo posible motivo es el étatisme, o estadismo, si existiera tal palabra en español. El Estado, las burocracias y las autoridadillas de los gobiernos regionales y municipales quieren poder, quieren registrar a todas las parejas -incluso las de los gays-, acoger a los recién nacidos, dar a nuestros hijos sus signos de aprobación, quitarnos el tabaco, exigir que nos sintamos culpables de beber alcohol, saber dónde estamos y qué hacemos a cualquier hora del día, señalar nuestros lugares de entierro, apoderarse hasta de nuestros cadáveres... Quieren, en definitiva, asumir de manera totalitaria la responsabilidad de edificar un mundo sano y moral. Hay ciudadanos que comparten esa visión y que se fían de la naturaleza moral del Estado. Mejor nos iría a todos si se centrara en cumplir con sus verdaderas responsabilidades y, cuando las cumpla bien, ya nos plantearemos concederle nuevas.

Por último, parece que el ateísmo se está convirtiendo en una religión, porque hay muchos ateos que reconocen la necesidad de la fe, porque la religiosidad y el anhelo hacia una vida ritual son parte de la naturaleza del ser humano. Por tanto, quieren disfrazar su falta de creencia detrás de la máscara de un maquillaje religioso, e inventar ritos advenedizos para suplantar aquellas tradicionales que no pueden controlar.

Si queréis religión, queridos ateos, quedaros con la de los curas. Porque la del señor Zerolo es aún menos digna de creer y de fiar.

Racionalidad democrática

Por Alejandro Llano, en Análisis Digital, 18 de junio de 2009

La tarea de la España actual es la regeneración de la vida democrática

La democracia es el régimen político en el que la sociedad se rige por la razón y no por la fuerza. De ahí lo paradójico de que, en una democracia consolidada, el uso de la razón esté sofocado por el pragmatismo rampante o una ideología de cadencia totalitaria. Pongo un ejemplo cercano y patético. En plena campaña para las elecciones europeas, Leire Pajín anuncia un acontecimiento de alcance planetario: la coincidencia histórica de que dos políticos progresistas, Obama y Zapatero, dirijan los respectivos destinos de América y Europa.

Bajo algunos aspectos, vivimos en una democracia ficción. Los modos de pensar dominantes no reflejan una racionalidad humanista, según la cual el poder surge libremente de los ciudadanos, sino que las burocracias y tecnocracias intentan imponer ese “inmenso poder tutelar” que Tocqueville atribuía a la corrupción del régimen democrático.

Entre los conservadores rige aún la ilusión de que la razón económica es la decisiva para la toma de decisiones. Pero, como ha advertido Jesús Ballesteros, el economicismo es nihilista, pues se atiene a una lógica de medios de la que están ausentes los fines y valores que han de dar razón de las acciones humanas. Las limitaciones de este planteamiento se están palpando con ocasión de la crisis económica. Tras afirmar durante años que el avance de la economía y del management haría imposible otro episodio semejante al del 29, no sabemos a ciencia cierta cuáles son las causas de la actual situación y cómo se pueden remediar. Sólo hay algo seguro: el origen de la crisis se sitúa en un nivel más hondo que el vislumbrado por los modelos económicos y las técnicas empresariales.

Si precaria es la situación de las derechas, peor es la de las izquierdas europeas, que llevan años sin levantar cabeza. El hecho de que en España aún gobiernen los socialistas se debe a la penuria conceptual de los conservadores y a la escasa cultura política que arrastramos como pesada herencia de la dictadura franquista. Del marxismo que les inspiró durante décadas —y que abandonaron sin ninguna autocrítica— sólo les queda el determinismo económico que, paradójicamente, comparten con la derecha capitalista. Pero se mueven con prepotencia en el terreno ético y cultural, con un vocabulario ideológico supuestamente progresista que oculta su carencia de un paradigma intelectual que hoy pudieran defender públicamente.

La gran tarea de la España actual es la regeneración de la vida democrática. Lo perentorio de este cometido ha quedado claro, por si hiciera falta, en esta campaña electoral, especialmente con las intervenciones de Zapatero y sus colaboradores más próximos, que se han movido en vuelo rasante.

No bastan las apelaciones retóricas a la moral, sobre todo si se sitúan en ámbitos como la ética empresarial y la bioética. Porque el espectacular despliegue de la ética de los negocios ha coincidido con los grandes escándalos financieros; mientras que los principales valedores de leyes notoriamente injustas, como es el caso del proyecto de ampliación del aborto, son precisamente algunos de los que figuran al frente de comités de bioética. El paso del moralismo al inmoralismo es un movimiento tan repetido históricamente que no debe asombrar a nadie.

Precisamente porque estamos tocando fondo, es la hora de comenzar a plantearnos las cosas con hondura y radicalidad. La democracia no se puede fundamentar en el relativismo ni en la ausencia de valores; tampoco en la grandilocuencia de discursos ideológicos definitivamente archivados. Es preciso abrir espacios para el pensamiento político riguroso y para el despliegue de una vida cultural que no se confunda con el mecenazgo publicitario ni con ambiciones de alcance municipal. Una sociedad democrática es una sociedad culta y educada que no se alimenta de placebos ni traga lo que le echen. Ojalá las elecciones de este domingo primaveral supongan avances hacia una seria racionalidad humanista, no menguada ni arqueológica, inspiradora de una democracia que deje de ser ficticia.